domingo, 28 de octubre de 2012

Miserias y Compañía …La Dolorosa…(Capítulo IV)


Las primeras lluvias del otoño humedecieron la tierra de una pequeña población andaluza conocida como El Saucejo. Los hombres se reunían en la cantina que presidía la plaza del Ayuntamiento, y dedicaban su poco valioso tiempo bebiendo aguachirre y arpiste. Jugaban con sus cartas, roídas y envejecidas por el paso del tiempo, apostando hasta su última moneda, para acabar completamente borrachos y sin un centavo en sus bolsillos. La vida adulta era demasiado difícil de asimilar, con su olor a incienso y represión.  

El atardecer siempre desprendía una brisa de anhelo y melancolía en esta tierra andaluza. Pocos nacimientos se daban en ese momento del día, era como si el tiempo se congelara por un instante, donde lo bello y lo horrible se apareaban en un ritual divino y satánico. Se rumoreaba que una pequeña criatura había nacido durante el ocaso, una niña tan hermosa que era víctima de las más crueles envidias. Su madre murió durante el alumbramiento y el padre trabajaba como encargado en unos de los cortijos de la zona. A los tres años de su existencia, su padre se reunió con su amada. Según dicen, la pena se apoderó de su alma.

El dueño del cortijo, Don José, era un hombre amable, respetuoso y culto para la época. Su herencia fue recibir esa enorme casa, su maldición quedarse en ella. Tuvo que renunciar a su sueño de viajar por el mundo y dedicarse a la astronomía, enfrentándose diariamente a las opiniones de la gente: Don Lunático! le decían. Escúcheme, hay que estar loco para pensar que es más interesante el universo que la tierra! Dedícate a lo terrenal y deja eso para Dios!

Su buen carácter era determinante para superar esos amargos momentos, suspiraba profundamente y después de cinco minutos cabizbajos, levantaba la cabeza mientras sus ojos se dirigían melancólicamente al cielo crepuscular.

La pequeña recibió una buena educación dentro de los límites de pobreza de aquellos días, creció escuchando tímidamente las historias increíbles que narraba Don José durante las largas noches de verano. Sus palabras se embriagaban con el perfume que desprendían la gran variedad de flores que decoraban el patio del cortijo. Le inculcó el amor por las artes y la música. Le fascinaba sobre todo los relatos mitológicos, su simbolismo le cautivaba y le transportaba a un lugar lejano pero a la vez familiar.

Se convirtió en una mujer con fuerte carácter y personalidad, aparentemente atrevida pero profundamente melancólica y enfermiza. Su espíritu era rebelde pero la soledad de la rutina hacía de ella un muñeco fácil de romper, un corazón poblado de heridas que nunca cicatrizarían.

Era muy hermosa, su pelo largo y negro azabache y sus grandes ojos marrón chocolate eran la envidia de muchas jóvenes. Sin embargo, desprendía una melancólica tristeza que provocaba el desinterés de los hombres y el rechazo de las mujeres.

Uno de los momentos más difíciles fue la muerte de Don José, con él se fueron los relatos de verano, la fantasía (tan necesaria en ese ambiente tan beato y gris), la mitología, la historia, la literatura, la música, el arte…etc.

Don José no tuvo descendencia sanguínea, pero crió a esa niña, convertida ya en toda una mujer, como si fuera su propia hija. Ahora ella era la dueña y señora del cortijo, pero la pena era tan grande que su capacidad de acción se mermaba por segundos. Las ausencias de todas aquellas personas que la habían querido, tan presentes en su corta vida, eran difíciles o mejor dicho imposibles de ignorar y substituir.

Ella necesitaba con urgencia hallar su lugar, encontrar su paz interior y no dejarse vencer por la tristeza y el sufrimiento. Durante meses se dedicó exclusivamente a la meditación, meditaba en los insultos, los rechazos y en las ingratitudes que sufría diariamente. Recopiló el suficiente valor y fuerza para imponerse a su actual situación y dedicó mucho tiempo y esfuerzo en la construcción de una gran cúpula, que fue decorada con pinturas que representaban y conmemoraban todas aquellas fantásticas historias que la habían acompañado. De esta forma, la memoria de Don José y de sus progenitores permanecería para siempre.

Había encontrado su refugio, ya no deseaba pertenecer al exterior, ese que nunca la quiso y nunca le ofreció una oportunidad, el que señalaba maliciosamente, el gran inquisidor. Quizás pueda verse como un acto excesivamente romántico y poético de la realidad pero no para aquellos que puedan entender este quebranto. Sus aspiraciones sociales se habían reducido a cenizas, el entretenimiento social eran restos de carroña y la decadencia de los valores era demasiado doloroso de tolerar. Es en este punto exacto, cuando la cordura se balancea y se dirige vertiginosamente a la locura, cuando la mirada desafiante y altiva, propias de la juventud, da paso a una mirada cada vez más cabizbaja, eternamente pensativa y enfermizamente melancólica.

Porque las flores que habían habitado durante tanto tiempo en el patio del cortijo, se fueron sin previo aviso y, en su lugar, una gran madeja de hierbas salvajes se establecieron de forma permanente y caótica sobre las paredes y el suelo, enmascarando la auténtica belleza que un día nos reinó.  


© Retina Blues

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