Bajo su
silencioso manto de espuma ancestral, el océano custodiaba cofres repletos de
almas torturadas y sus olas no eran más que el canto fúnebre y desesperado
hacia la lejana y olvidada libertad.
Son
muchos los que a lo largo de la historia han intentado, como ladrones en la
noche, adentrarse en el mar, desplegando velas y corazones, en busca de aquel
tesoro que narraba el cancionero popular:
A miles
de leguas encontrareis
almas
torturadas que os devorarán
pero si
contra ellas podéis luchar y vencer
años de
buenaventura y riqueza poseeréis
Durante
años, la ambición de muchos hombres era abandonar todo aquello que tenían, sin
importarles en absoluto aquello que dejaban atrás, y con el único fin de poseer
las riquezas más maravillosas que nunca antes el hombre había conocido… pero
quién iniciaba aquél viaje bajo dicha premisa estaban condenados a no regresar
jamás.
Los
navíos eran emboscados por feroces huracanes, las olas azotaban con violencia y
el fin de aquellos marineros parecía tan cercano que la desesperación y el
miedo a morir les quemaba el alma, provocando que subieran a cubierta para
maldecir su suerte y, muchos de ellos, con los ojos inflamados de locura se
precipitaban al vacío.
Y en
ese preciso momento los vientos se calmaron y de repente una luz cegadora dio
la bienvenida a las hijas del mar, unos seres alados que se caracterizaban por
su bello e hipnotizador canto. El resto de la tripulación se volvieron locos y
fueron devorados por las sirenas las cuales representaban a los espíritus de
los muertos y se encargaban de transportar y albergar sus almas al lugar que
estaban intentando encontrar, al Cofre de las Almas Torturadas.
Cuenta
la historia que el Cofre de las Almas Torturadas estaba custodiado por la Reina
Lágrima Negra. Ningún humano vivió la suficiente para poder contemplar aquella
mujer-esqueleto con piernas tentaculadas. Pero los cantares populares decían:
Tu
carne convertida en polvo estará
Y tu
alma condenada sufrirá
Tentáculos
repugnantes te cubrirán
El
dolor de las almas deberás soportar
Con
lágrimas negras y quebrantado corazón
El
mundo marino estaba regido por fuertes y duras reglas de comportamiento, y la
condena de la Reina Lágrima Negra se utilizaba para ejemplificar la
consecuencia de no respetar el orden dominante.
En el
pasado había sido una sirena hermosa, obrando su sino con gran eficacia y
talante. Hipnotizaba a los marineros con su canto ancestral, iluminado
con resplandor de esmeraldas. Con sus alas blancas satén abrazaban con una
dulzura paralizante a sus víctimas y un intenso olor a jazmín se encargaba de
adormecer su voluntad.
Pero un
buen día, su corazón bombeó de forma extraña e intensa al ver frente suyo al
hombre más hermoso y puro que había visto jamás. Las palabras eran
innecesarias, a pesar de que las sirenas conocían y hablaban el idioma de los
hombres a la perfección. En aquel momento deseó con toda su lama que aquél
instante fuese eterno, que su alimento fuese únicamente ese alma que asomaba a
través de esa mirada penetrante y sin miedo. Y por primera vez, después de
tantos siglos dedicándose al arte del hipnotismo, se convirtió en la dulce y
trágica victima de su propio veneno. Era perturbadamente familiar para ella y
ese esquelético segundo fue suficiente para amarlo hasta el resto de su
enferma, quebrantada y tentaculada existencia.
A pesar
de ello, no podría tenerlo nunca…, siendo un híbrido monstruoso con aliento a
muerte y sueños rotos. Un sacrificio de amor. Decidió apresuradamente dejarlo
marchar de las profundidades oscuras y frías del océano hacía la superficie
oxigenada de la tierra. Y con la más dolorosa y exhaustas despedidas, la sirena
expiró su última bocanada de aire en sus húmedos y fríos labios, mientras su
corazón se deshacía en filamentos de oro líquido.
Aquel
joven no era un marinero corriente, era un viajero que danzaba a través de los
mares en busca de su verdad. Cansado de la corrupción de su especie, cansado de
su época y sus malcriados vicios.
No
recordaba lo sucedido, sólo recordaba, como si de un sueño se tratara, una luz
cegadora que calentaba su debilitado y magullado cuerpo y la imagen poco nítida
de un ser sobrenatural que se apiadaba de su pobre alma.
La
Reina Lágrima Negra sabía a la perfección que sería castigada de nuevo por
aquella traición. Recurrió a sus viejas y eternamente bellas hermanas pero
éstas estaban demasiado ocupadas devorando sin compasión las almas de los
marineros. Decidió con gran heroicidad y perturbadora soledad abandonar
aquel lugar y dedicarse a proteger a aquellos hombres cuyas almas eran
merecedoras de salvación. El resto de hombres cuyas almas estaban corrompidas y
putrefactas, serían pasto fácil para las implacables sirenas.
La
historia cuenta que aquél viajero pudo visionar, después de tantos años soñando
con aquel suceso, la imagen nítida de su salvadora. A continuación, tuvo la
necesidad catártica de inmortalizar con su pincel a ese ser que sin darse
cuenta ya formaba parte de él. El retrato de la Reina Lágrima Negra era
presidido por los siguientes versos:
Y en
tus ojos se reflejan vertiginosas figuras desfilando con rostros satíricamente
endiablados
Dejando
a su paso estelas radioactivas de un tiempo demasiado lejano y doloroso
La
mirada se cubre de densa niebla y los olores vuelven a nacer y morir al mismo
tiempo
La
envejecida misericordia se apiada de ti
Un
corazón que vuelve de mil batallas
Lágrimas
negras para siempre
Mi
patrona del mar
Mi paz